Cada vez que clama mi atención envía vibraciones que
atropellan mis pasos y sacuden la continuidad de mis tiempos, es como si su
voz jugara con mis lóbulos cual terciopelo en la oscuridad.
Lanza notas que hipnotizan mi osamenta y la ponen a danzar
al ritmo de sus inclemencias, lógicas o no, acepto el hechizo que me sustrae de
la realidad para ponerme en sus quimeras.
Dice que le pertenezco e incluso lamio su nombre en mis
dorsales, yo creo que ha hurtado mi conciencia porque me creo tan suya como lo
decreta, tan suya que me pierdo en sus miradas que incitan mis caderas; es
entonces cuando mi ingobernable locura me dice: destílate mujer, gota a gota
sobre su boca, corrompe sus manos hasta el cenit e invade su aliento hasta la
combustión.
Cierto es, mi disfrute masoquista de su sinuosa sonrisa que
no es más que un teatro de sugestión que ha perfeccionado para hacerme ladear
cuando quiere hacerse la cena de individualismos.
Y aun sabiendo de sus bailes paganos, cada vez que clama mi atención
le recibo en mi sanatorio, prescribiéndole calidez y placidez; sus heridas
desinfecto, sus pies lavo, le hago el café y de mis emociones le dejo sorber
para luego soltar sus alas y mirarle partir hacia otros mares.
Aunque siempre regresa a mí…
Y siempre que se va cree realmente haberse ido.